Pasar Año Nuevo en otro país que no sea Argentina es, ante todo, quedarme sin mi adorado Mantecol. Sin embargo, me hace feliz comer Pan Dulce que con el Mantecol es de un afortunado cruce gastronómico del genial sincretismo, gracias a las delicias de la inmigración.
Un invento griego en Argentina: el Mantecol
Adaptado por inmigrantes griegos, que agarraron una receta del halva o halvah, a base de sésamo endulzado y, en su lugar, le pusieron pasta de maní o cacahuate, el Mantecol es una de las cosas más ricas del mundo (y no exagero).
Desde su aparición, se convirtió en un increíble postre de fiestas decembrinas en Sudamérica, complicado de encontrar en otras partes del mundo. Resulta que a los primos Nomikos, oriundos de Grecia, se les ocurrió tomar este mazacote dulce de la gastronomía de Oriente Medio para convertirlo en una exquisitez.
Luego de haber existido en los felices estómagos de la gente argentina por varias décadas, a este menjunje divino lo compró la marca Georgalos y se llamó como lo conocemos en Argentina: Mantecol. De todas maneras, allá en el sur, puede saborearse no solamente empaquetado, sino artesanal en forma de queso gigante con nueces, almendras y mucho chocolate, muy similar a su modelo árabe.
El Plan de Toni o el famosísimo Pan Dulce
Como no es nada, pero para nada fácil conseguir el dichoso deleite, cuando no estoy en Argentina, me conformo con el famoso Pan Dulce, como se le dice en Argentina, panettone en México, dicho en un italiano hecho y derecho, o panetón, como se ha hispanizado fonéticamente. Ahora bien, el origen de este pan delicioso tiene muchas leyendas.
La que más me gusta es la de un joven ayudante (o pinche) de cocina, a quien se le quemaron unos bizcochos que estaba preparando para la corte del duque de Milán Ludovico Sforza, llamado «Il Moro”, aproximadamente a finales del siglo XV. Este chico se llamaba Toni, y frente a la terrible situación con su jefe cocinero, decidió usar de su autoría una masa dulce con levadura y lanzarla a la mesa de la realeza italiana. Al ser una idea tan genial y de último momento, el señor Sforza lo nombró como Plan de Toni, que luego pasó a ser panettone o panetón. Fíjense que yo siempre pensé que se llamaba así porque se trataba de un pan grandote…
Gracias a las delicias de la inmigración
Tanto el Plan de Toni como el postre griego fueron traídos a mi país de acogida por la bendita inmigración. Porque, una de las mejores cuestiones de viajar y vivir en muchos espacios del planeta es justamente tener la oportunidad de probar estas riquísimas combinaciones migrantes.
En la ville de Montréal, en la Ciudad de México, en Mendoza, en Mar del Plata o en cualquier parte, la inmigración ha hecho que las tradiciones se acoplen en una con un fin: que el mundo sea uno solo, pero con muchísimas perspectivas, en este caso, de cosas ricas para comer.
Así que, aún sin mi Mantecol, siempre como Pan Dulce, mientras trato de aprender nuevos manjares en el lugar en donde esté. Obviamente, todas, todas estas delicias de la inmigración siempre van acompañadas de mi amigo fiel: el mate.
¡Ah! Por cierto, ¡feliz 2022! Y que sigamos compartiendo La vida en español.