Mi adorado Stephen Pilotte, uno de mis estudiantes estrella, vino a conocer esta increíble metrópoli donde vivo. Su crónica se llama «Mi primer viaje a la Ciudad de México», y tiene consejos para personas que viajan en silla de ruedas. La traducción es de Kariane St. Denis, es decir, un lujo.
Versión en español
Al llegar a Benito Juárez, el aeropuerto internacional de Ciudad de México, nada podría haberme preparado para el shock que me esperaba. Subo en un taxi con mi pareja, Nathalie, y una chabona que se había convertido en nuestra amiga, Analhi. Es de camino a nuestro hotel que me sumerjo en la película de los años 70 que es la Ciudad de México.
Los bulevares, las avenidas y las calles se ocultan tras una hilera ininterrumpida de coches, camiones y motos. Cada vez que el tráfico se detiene, una multitud colorida se precipita entre los vehículos en una corriente continua, pasando de una acera a otra, arrastrando mercancías, niños o ambas cosas. Cuando el tráfico se desatasca, la multitud se refugia en las aceras. Supongo que hay aceras, porque a menudo están ocultas detrás de puestos que se extienden decenas de metros, vendiendo de todo y, sobre todo, comida.
La famosa comida de la calle, conocida y reconocida en todo el mundo. En esta corrida desprovista de animales mártires, aparte de los humanos, nadie toca el claxon, nadie grita tonterías a los peatones ni a los conductores. El nuestro navega por el caos sin jamás alzar la voz ni proferir palabras malsonantes. Tal vez sea porque los turistas no deben oír ese tipo de lenguaje, pero no lo escucho tampoco de parte de otros conductores, que se encuentran tan cerca de nosotros en cada intersección.
Los coches se rozan tan estrechamente que resulta un milagro, o intervención del director de cine, que no haya choques o heridas entre los peatones arriesgándolo todo para llegar al otro lado. Da la impresión de que alguien tiene que ceder el paso y dejar pasar al otro coche, camión o moto. Tengo en mente las imágenes del accidente de la película Amores Perros. Pero aquí, imposible dada la velocidad que casi nunca supera los 50 km por hora, al parecer. Tampoco existe la potente música de la película, solamente un ballet de vehículos y peatones. Un ballet casi silencioso si no fuera por las conversaciones en el taxi o en la calle, así como el ruido de los motores.
Los edificios a ambos lados varían desde modernos a banales, coloniales, ruinosos o directamente abandonados. Los colores de este cuadro me dejan sin aliento. Miro por encima de los tejados y percibo lo que parece el lugar donde vivía Ulises en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Un alojamiento barato porque está en la azotea. Quién sabe, quizás me encuentre con Juan García Madero.
Pienso en nuestro hotel ubicado en la magnífica Avenida Reforma, bordeada de árboles a lo largo de toda su espina dorsal, y de viejos bancos de piedra descoloridos por el tiempo y la contaminación, pero todavía tan tranquilos y románticos, me consta. Parece estar bien lejos de los barrios que estamos atravesando. Tengo que admitir que es la vista de camino al hotel que me atrae tanto. Podría pasarme meses, años, sacando fotos en la calle, de edificios, personas, pequeños quioscos, etcétera.
Me encantaría poder bajarme en cada esquina y sacar docenas de ellas. ¿Ya les he contado que vi a un peluquero en plena acera cortándole el pelo a su clienta? Uno de nosotros le pregunta al conductor si es por el Gran Premio de Fórmula 1 que hay tanto tráfico y él contesta: “No. Siempre es así”. Me encanta. Nathalie, que ya ha manejado en Nueva York, no se atreve a intentarlo aquí. Además del GP, es la época del Día de Muertos. Por lo tanto, hay aún más vendedores de recuerdos relacionados con esta bonita fiesta, raramente triste, principalmente alegre.
Al día siguiente de nuestra llegada, fuimos a desayunar cerca de nuestro hotel en un pequeño restaurante, Juana Juana. Solo tomé un café, pero Nathalie, por su parte, pidió el desayuno inglés. Lo comí en una segunda visita unos días más tarde y me gustó bastante. Varias veces, desayunamos o almorzamos en otro pequeño restaurante, no muy lejos de nuestro hotel, llamado Cicatriz. A Nathalie le encantó su tostada de aguacate servido con rábano de sandía encurtido, y a mí mi bocadillo de tortilla, que consiste en una tortilla de patata y cebollas.
Incluso vimos a una estrella mexicana en este restaurante: Luis Gerardo Méndez. No le conocíamos, pero cuando salió del restaurante, una pandilla de adolescentes que le habían reconocido se precipitaron hacia él para pedirle una selfie, que aceptó de buena gana. Una pequeña anécdota: nos habían dicho que no habría sal y pimienta en las mesas de los restaurantes. Al parecer, los mexicanos y las mexicanas son demasiado adictos a la sal. Así que las autoridades sanitarias recomendaron dejar que los clientes la pidieran para no tentarlos.
Ese primer domingo de nuestro viaje, teníamos una cita en casa de nuestra amiga “canadiense-argentina-casi-mexicana”. Antes de salir, había verificado cómo eran los transportes públicos en cuanto a la accesibilidad para las personas que usan, como yo, sillas de ruedas. Me sorprendió gratamente ver que muchas, si no la mayoría, de las estaciones de metro eran accesibles. Me di cuenta de que los metrobuses lo eran también. Estos consisten en autobuses largos con sus propios carriles de circulación.
Los pasajeros suben en medio de la calle, donde están las plataformas de embarque y desembarque. Hacen tantos vaivenes que, si pierden uno, el siguiente estará allí en menos de cinco minutos. Es estupendo. Así que tomamos el metro para llegar a casa de nuestra amiga y conocer a su maravillosa familia. Siempre he soñado con conocer a la gente que vive en las ciudades que visito. He conocido gente cálida y acogedora en muchas ciudades, pero lo que vivimos en casa de nuestra amiga es indescriptible.
Fue una tarde digna de la ONU, con una mezcla dinámica de español, francés e inglés, sin olvidar el lenguaje de signos para hacernos entender mejor. Yo había traído dos o tres regalos, lo que me valió el apodo de Santa Claus (Papá Noel) por parte de Grisell, la pareja de nuestra amiga.
Incluso tuve una segunda experiencia de conducción mexicana cuando TODA la familia nos llevó de vuelta a nuestro hotel: Analhi, Grisell, Esteban y Darío, sin olvidar a los dos miembros de cuatro patas de su familia, Tammy y Marvel. Grisell es una conductora de primera clase. No hablo de velocidad ni de agresividad, sino de esa combinación de compostura a la hora de adelantar sin ser nunca agresiva ni hacer maniobras peligrosas. Es difícil de explicar, pero es una conducción que se hace sin titubeos ni imprudencias, pero con nervios de acero.
El metro y el metrobús son accesibles en su mayor parte, como ya he mencionado. También tomamos el tren ligero para visitar la antigua hacienda de la difunta y adinerada Dolores Olmedo. Por desgracia, el lugar, que contiene muchas obras de Frida Kahlo y de su marido Diego Rivera, estaba cerrado.
El tranvía, por el contrario, no es accesible. Hay autobuses, pero son, según lo que me dijeron, privados y bastante vaqueros, ¡en el sentido de que para subir uno tiene que subir al autobús en la propia calle! Un poco como jugar al Minecraft, un juego que sigue siendo popular con los gemelos Darío y Esteban, pero sin otras oportunidades de vida, si me entienden. Si están en un lugar donde no hay estación de metro ni metrobús, lo mejor es buscar una parada de taxis o preguntarles a los lugareños si hay alguna cerca o pedirles que llamen a uno por ti.
Por razones de seguridad, no es aconsejable pedir un taxi en la calle. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que algunos delincuentes pretendían ser taxistas honrados para luego robarles a los pasajeros su dinero y sus joyas con la ayuda de cómplices que los esperaban un poco más adelante. Dicho esto, una vez aceptamos la oferta de un señor de unos sesenta años que nos preguntó adónde íbamos. Cuando le dijimos que buscábamos el camino de vuelta a nuestro hotel, se ofreció a llevarnos.
Aceptamos después de tomar un café con él en un restaurante argentino que quedaba a tiro de piedra de donde estábamos. El hombre conocía al dueño y parecía ser un habitual del local. Nos dijimos que no debíamos imaginar que toda persona amable era un sinvergüenza. Aceptamos su oferta y cumplió con su promesa. Tomamos un taxi tres veces y el metro y los autobuses varias veces. Aun así, nos la arreglamos para perdernos varias veces.
Pero bueno, es una parte de viajar. Vale la pena señalar que a menudo tuvimos problemas para conectarnos al Internet. Así que, a veces, cuando buscábamos un metro, un autobús o lo que fuera, tuvimos que adivinar: ir en una dirección u otra. Además, según algunas guías que he leído, para los mexicanos se considera de mala educación no responder a una pregunta, aunque no sepan la respuesta. Pero en nuestro próximo viaje, les preguntaremos indicaciones a ver qué pasa.
Volvamos a la comida callejera. Está en todas partes y, si confías en los mexicanos, nunca tendrás una mala experiencia. Según nuestras observaciones, montan sus puestos por la mañana temprano y cierran sobre las cinco. Aquí en Montreal, no tenemos esa costumbre de parar de camino al trabajo para comernos un taco o unos tamales de pie en la acera junto al vendedor. Hay que decir que noviembre es un poco más frío en Canadá. Aun así, me gusta la idea de comer en mi puesto favorito cada mañana. Tiene un toque de convivialidad.
Una comida que no probé, entre las muchas que desgraciadamente figuran en la lista por falta de tiempo o de apetito, fue el pozole. Una especie de sopa-comida que probablemente le habría gustado a Mafalda, aunque odia la sopa. También fuimos a algunos restaurantes y comimos muy rico. Los precios, sin embargo, son casi iguales a los de Montreal. La cuenta rondaba los 20-30 dólares para cada uno. En comparación con los tacos que salen a 20 pesos, o 2 o 3 dólares canadienses.
En resumen, nos encantó́ nuestro viaje y hemos decidido volver antes de que acabe el año 2024. Hay tanto que ver y hacer en Ciudad de México que una sola visita no es suficiente. Ya tengo tres lugares que quiero absolutamente ver: Teotihuacán, una noche de lucha libre (los famosos luchadores), Xochimilco, el Parque de Chapultepec (durante la semana por su tranquilidad y durante el fin de semana para mezclarme con las familias mexicanas que vienen a pasar un rato agradable), y no sé cuántos sitios más. Por no hablar de que tenemos amigas que viven allí y queremos volver a verlas.
Si son como yo y usan silla de ruedas, elijan Preferetaxi para sus traslados del aeropuerto al hotel y viceversa. Tienen furgonetas accesibles y dan un buen servicio por WhatsApp. En el viaje de ida, nuestra amiga intentó reservar un taxi accesible y le dijeron que no había problema, pero como suele ocurrir, la furgoneta que nos enviaron no era accesible. El conductor tuvo que cargarme en sus brazos, lo cual no me gusta para nada.
Si se preguntan cómo eran los baños públicos, mi respuesta es que deben de ser pasables si tienen el uso de las piernas. Solamente vi tres baños accesibles y estaban en el aeropuerto, en el mercado de Coyoacán y afuera de la estación del metro Observatorio. Lo que sí hice fue no beber demasiado por la mañana y durante nuestras excursiones. Cuando regresé al hotel, aprovechaba para beber mucha agua. No es lo ideal, pero funcionó.
Versión en francés
Premier voyage à Mexico
Arrivée à Benito Juárez, l’aéroport international de la Ciudad de Mexico, rien ne me prépare au choc qui s’en vient. J’embarque dans le taxi avec ma conjointe, Nathalie et une chabona devenu notre amie, Analhi. C’est sur la route vers notre hôtel que j’entre de plain-pied dans le film aux couleurs des années 70 qu’est Mexico.
Les boulevards, avenues et rues sont cachées derrière une file sans interruptions d’autos, de camions, de motos. À chaque fois que le trafic s’arrête, une foule bigarrée s’engouffre entre les véhicules comme un flot continu pour passer d’un trottoir à l’autre, trainant marchandises, enfants ou les deux.
Au moment où le trafic recommence à bouger, la foule trouve refuge sur les trottoirs. Je devine qu’il y a des trottoirs, car souvent, ils sont cachés derrière des échoppes s’étendant sur plusieurs dizaines de mètres, vendant de tout et surtout de la nourriture.
La fameuse comida de la calle connue et reconnue à travers le monde. Dans cette corrida sans animaux martyrs, à part les humains, personne ne klaxonne, personne ne hurle des bêtises aux piétons ou aux chauffeurs. Le nôtre navigue dans ce capharnaüm sans jamais hausser le ton, sans dire de vilains mots. Peut-être parce que les touristes ne doivent pas entendre ce genre de langage, mais je ne l’entends pas non plus des autres conducteurs si près de nous à chaque intersection.
Les voitures se frôlent de si près que ça tient du miracle ou du réalisateur qu’il n’y ait aucun accrochage ou blessés parmi les piétons risquant le tout pour le tout afin de se rendre de l’autre côté. On a l’impression qu’il faut que quelqu’un cède et laisse passer l’autre voiture, camion ou moto. J’ai dans la tête les images de l’accident dans le film Amores Perros.
Mais ici, impossible vu la vitesse qui dépasse rarement 50 km heures, il me semble. Il n’y a pas non plus la musique puissante du film, seul un ballet de véhicules et de piétons. Un ballet presque silencieux si ce n’étaient des conversations dans le taxi ou dans la rue ainsi que le bruit des moteurs.
Les édifices de chaque côté passent du moderne au banal, colonial, vétustes ou carrément abandonnés. Les couleurs de cette peinture me laissent bouche-bée. Je regarde sur les toits et j’entrevois ce qui ressemble à l’endroit où vivait Ulysse dans Los detectives salvajes. Des logements pas chers parce que situés sur le toit.
Qui sait, je rencontrerai peut-être Juan Garcia Madero. Je pense à notre hôtel situé sur la magnifique Avenida Reforma, bordée d’arbres tout le long de son épine dorsale, de vieux bancs en pierre défraîchie par le temps et la pollution, mais encore si paisibles et romantiques, je trouve. Elle me semble bien loin des quartiers que nous traversons. Je dois avouer que c’est la vue que j’ai en chemin vers l’hôtel qui me séduit tant. Je pourrais passer des mois, des années à prendre des photos dans la rue, des édifices, des gens, des petits kiosques, etc.
À chaque coin de rues, j’aimerais pouvoir débarquer et en prendre des dizaines. Je vous ai dit que j’avais vu un coiffeur en plein trottoir coupant les cheveux de son client ? Un de nous demande au chauffeur si c’est à cause du Grand prix de Formule 1 qui l’y a tant de trafic et il nous répond : Non. C’est toujours comme ça. J’adore. Nathalie qui a déjà conduit à New York ne parait pas tenter d’essayer ici. En plus du GP, c’est la période du Día de Muertos. Il y a donc encore plus de vendeurs de souvenirs en rapport à cette très belle fête, rarement triste, la plupart du temps joyeuse.
Le lendemain de notre arrivée, nous sommes allés déjeuner près de notre hôtel dans un petit resto Juana Juana. Je n’ai pris qu’un café, mais Nathalie, elle, a demandé pour le déjeuner ingles. Je l’ai pris lors d’une seconde visite quelques jours plus tard et j’ai bien aimé.
Nous avons souvent déjeuné/dîner à un autre petit resto pas loin de notre hôtel qui s’appelle Cicatriz. Nathalie a adoré son pain rôti à l’avocat accompagné de radis melon d’eau mariné et moi mon sandwich aux tortillas qui est une omelette aux patates et oignons.
On a même vu une vedette mexicaine à ce resto: Luis Gerardo Méndez. Nous ne le connaissions pas, mais lorsqu’il a quitté le resto, une bande d’ado qui l’avait reconnu s’est précipité pour lui demander un selfie qu’il a fait avec bonne humeur. Petite anecdote, on nous a dit que nous ne verrions pas de sel et poivre sur les tables des restos. Semblerait que les Mexicains et Mexicaines sont un peu trop accro au sel. Donc, les autorités de la santé auraient recommandé de laisser les clients en demander au lieu de les tenter.
Ce premier dimanche de notre voyage, nous avions rendez-vous chez notre amie “canado-argentine-casi mexicaine”. J’avais vérifié avant de partir comment étaient les transports publics en ce qui a trait à leurs accessibilités pour les personnes utilisant, comme moi, un fauteuil roulant.
Je fus agréablement surpris de voir que beaucoup, si ce n’est pas la majorité, des stations de métro étaient accessibles. J’avais aussi constaté que les métros bus l’étaient aussi. Ces derniers sont de longs autobus qui ont leurs propres voies de circulation. On embarque au milieu de la rue dans laquelle sont les quais d’embarquements et de débarquements. Ils passent tellement souvent que si vous en manquez un, le prochain sera là dans moins de cinq minutes.
Génial. Nous avons donc pris le métro pour nous rendre chez notre amie et rencontrer sa merveilleuse famille. J’ai toujours rêvé de rencontrer les gens qui habitaient la ville que je visitais. J’ai rencontré des gens accueillants et chaleureux dans beaucoup de villes, mais ce que nous avons vécu chez notre amie défie toute description. Ce fut un après-midi digne de l’O.N.U. où l’espagnol se mêlait au français et à l’anglais sans oublier le langage des signes pour se faire mieux comprendre. J’avais apporté deux ou trois cadeaux, ce qui me valut le surnom de Santa Clause de la part de Grisell, la conjointe de notre amie.
J’ai même pu revivre une deuxième expérience de la conduite mexicaine lorsque TOUTE la famille est venue nous reconduire à notre hôtel : Analhi, Grisell, Esteban et Dario sans oublier les deux membres à quatre pattes de leur famille, Tammy et Marvel. Grisell est une conductrice de haut niveau. Je ne parle pas de vitesse ou d’agressivité, mais de ce mélange de sang-froid quand il s’agit de dépasser sans jamais être agressive ou faire des manœuvres dangereuses. C’est difficile à expliquer, mais c’est une conduite qui se fait sans hésitations et sans imprudences, mais avec des nerfs d’acier.
Le métro et le métro bus sont pour la plupart accessible comme je le mentionnais plus haut. Le train léger aussi que nous avons utilisé pour aller visiter l’ancienne hacienda de la riche et défunte Dolores Olmedo. Malheureusement, le site qui contient de nombreuses œuvres de Frida Kahlo et de son mari Diego Rivera, était fermé. Le tramway, lui, n’est pas accessible.
Il y a des autobus, mais elles sont, selon ce que l’on m’a dit, privées et assez cowboy dans le sens que pour monter, on doit se rendre à l’autobus dans la rue même ! Un peu comme jouer à Minecraft, un jeu toujours populaire avec les jumeaux, mais sans vie supplémentaire si vous voyez ce que je veux dire. Si vous êtes dans un endroit où il n’y a ni station de métro ni métro bus, le mieux à faire serait de chercher un stand de taxi ou de demander aux gens de la place s’il y en a un proche ou de leur demander de vous en appeler un. Il est déconseillé de héler un taxi sur la rue pour des raisons de sécurité.
À une époque pas si lointaine, certains criminels se faisaient passer pour des taxis honnêtes, mais pour finalement vous voler votre argent et bijoux à l’aide de complices qui attendaient un peu plus loin. Cela étant dit, une fois, nous avons accepté l’offre d’un monsieur dans la soixantaine qui nous demandait où nous allions. Quand nous lui avons dit que nous cherchions un moyen de retourner à notre hôtel, il nous a offert de nous y amener.
Nous avons accepté après avoir pris un café avec lui dans un restaurant argentin qui était à deux pas d’où nous étions. Le monsieur connaissait le proprio et semblait un habitué de la place. On s’est dit qu’il ne fallait pas s’imaginer que toute personne aimable était un escroc. Nous avons accepté son offre et il a fait comme promis. Nous avons pris trois fois un taxi et plusieurs fois le métro et les métros bus.
Nous avons quand même réussi à nous perdre à quelques reprises. Mais bon, ça fait aussi partie de ça voyager. Il faut dire que nous avions souvent des problèmes de connections à l’internet. Donc, parfois lorsque l’on cherchait un métro, bus ou peu importe, on devait parfois deviner que c’était dans telle ou telle direction. De plus, selon quelques guides que j’ai lu, les Mexicains trouvent impoli de ne pas répondre à une question même s’ils ne connaissent pas la réponse. Mais le prochain voyage, on va leur demander et voir ce que ça donne.
Revenons à la bouffe de rue. Il y en a partout et en vous fiant aux mexicains, vous n’aurez jamais de mauvaise expérience. Si je me fie à nos observations, ils montent leurs échoppes tôt le matin et ferment vers les dix-sept heures.
Nous n’avons pas ici à Montréal cette habitude d’arrêter en chemin vers le travail pour manger un taco ou un tamales en restant debout sur le trottoir près du vendeur. Il faut dire que le mois de novembre est un peu plus frisquet au Canada. J’aime quand même l’idée de manger à son stand préféré tous les matins. Ça a quelque chose de conviviale. Un repas que je n’ai pas essayé, parmi plusieurs malheureusement par manque de temps ou d’appétit, fut le pozole.
Un genre de soupe repas qui aurait probablement plut à Mafalda qui pourtant déteste la soupe. Nous sommes allés aussi à quelques restaurants et avons très bien mangé. Les prix cependant sont pas mal les mêmes qu’ici à Montréal. La facture tournait autour de 20$-30$ chacun. À comparer aux 20$ Pesos pour un taco qui donne à peu près 2$ ou 3$ CAN.
En résumé, nous avons adoré notre voyage et avons décidé d’y retourner avant la fin de l’année qui vient 2024. Il y a tant de choses à voir et à faire à Mexico qu’une seule visite ne suffit pas. J’ai déjà trois endroits que je veux absolument voir : Teotihuacán, une soirée de lutte (les fameux luchadores), Xochimilco, le parc Chapultepec (en semaine pour sa tranquillité et la fin de semaine pour me mêler aux familles mexicaines venues y passer du bon temps) et je ne sais plus combien d’autres sites.
Sans parler que nous avons des amies qui l’habitent et que nous voulons les revoir. Si vous êtes comme moi et vous vous déplacez en fauteuil roulant, prenez pour vos transfères de l’aéroport à votre hôtel et pour le retour la compagnie Preferetaxi.
Ils ont des vans accessibles et donnent un bon service si vous utilisez l’application WhatsApp. À l’aller, notre amie a tenté de réserver un taxi accessible et c’est fait dire pas de problème, mais comme c’est souvent le cas, le van qu’ils nous ont envoyé n’était pas accessible.
Le chauffeur a dû me prendre dans ses bras. Ce que je n’aime pas vraiment. Si vous vous demandez comment étaient les toilettes publiques, je vous réponds qu’elles devaient être okay si vous vous déplacez avec vos jambes. Je n’ai vu que trois toilettes accessibles et c’était à l’aéroport, au marché de Coyoacán et à l’extérieur du métro Observatorio. Ce que je faisais était de ne pas trop boire le matin et durant nos promenades. Quand je revenais à l’hôtel, j’en profitais pour boire beaucoup d’eau. Ce n’est pas l’idéal, mais ça a fonctionné.
2 Comments
Merci à Analhi et à Kariane !
Está tan minuciosamente narrada o escrita, que me hiciste viajar a mi también, eso significa todo un éxito, además que estás colaborando con muchos que quieran hacer el mismo viaje. Te felicito Stephen, está excelente 👏🏼👍🏼💪🏼